domingo, 30 de agosto de 2015

CAPITULO 169





El silencio reinaba en el estudio de la casa de los Alfonso, pero dentro de su cabeza varias voces la torturaban reprochándole por haber creído en Pedro, la más poderosa de todas, la de su madre que sin ninguna piedad repetía todas aquellas palabras que le dijo cuando discutieron. Él no estaba enamorado, solo había ido a buscarla para que ella fuera la llave que le abriría todas las puertas y en ese momento que se encontraba en la cima del mundo podía acabar con el teatro.


—¿Tenías que hacerlo de esta manera tan cruel? —preguntó en un susurro mientras miraba la oscuridad que reinaba en el jardín.


Amelia no sabía qué palabras usar para aliviar la decepción que veía en Paula, poniéndose en el lugar de ella un instante juraría que estaba profundamente dolida con Pedro, buscó una manera de justificar lo sucedido pero quizás eso solo provocaría que la humillación que sentía Paula fuera más grande, caminó para acompañarla.


—¿Encontró los libros? —inquirió volviéndose a mirarla con una gran sonrisa, la misma que buscaba esconder el dolor que sentía.


—No, no es necesario que lo hagas ahora… Paula, estoy segura que Pepe no quiso que algo así sucediera —decía con tono sincero.


—Por favor, no hablemos de ello señora Alfonso, ya no importa —dijo y caminó intentando distraerse con los títulos en la biblioteca.


Sin embargo, la escena entre Pedro y esa mujer seguía repitiéndose en su cabeza, así como las palabras que ella mencionó, se había presentado como su novia, la futura señora Alfonso y él no la contradijo en ningún momento, ni la desmintió. Simplemente se quedó allí dejando que ella alardeara delante de todos que era suyo.


El dolor la estaba desgarrando por dentro y lo más difícil de todo era que una vez más debía aguantarlo callada, sin poder expresarse, sin poder derramar una lágrima. Escuchó la puerta abrirse a su espalda y se volvió para mirar quién entraba, aunque ya sabía que debía ser él que venía a seguir con su teatro.


—Los dejaré solos para que hablen —mencionó Amelia, se acercó a su hijo acariciándole el brazo para darle ánimos, lo miró con ternura y salió rogando que ambos se entendieran.


—Paula… —mencionó caminando hacia ella.


Paula cerró los ojos intentando encontrar un equilibrio entre lo que debía hacer y lo que deseaba, solo escucharlo llamándola hizo que su corazón comenzara a latir tan rápido; sus ojos se llenaron de lágrimas, tantas ideas iban y venían dentro de su cabeza que estaban a punto de volverla loca, quería tener la fortaleza para salir de allí, pero su corazón la obligaba a permanecer e intentar creerle.


—Siento mucho lo que ha sucedido, no esperaba que ella apareciera aquí y actuara de esa manera —esbozó apoyando sus manos sobre los hombros de Paula, la sintió estremecerse y hundió su rostro en el cabello dándole un beso para pedirle disculpas.


Ella sintió que él la estaba desarmando y no podía permitirle que lo hiciera, si dejaba que las cosas pasaran sin más en ese momento, después no tendría manera de reclamarle, se alejó de él caminando hasta la ventana buscando las palabras adecuadas para enfrentar esa situación.


—¿Hace cuánto que se supone terminaste con ella? —preguntó sin mirarlo, necesitaba estar clara y firme en su postura.


—Una semana antes de ir al casting —contestó con la verdad.


—¿Y por qué nadie lo sabe? Tu familia la recibió hoy como si todo estuviera normal entre ustedes y no he leído nada acerca de su separación en la prensa —le cuestionó volviéndose a mirarlo.


—No me gusta dar detalles de mi vida privada a nadie Paula, mucho menos a la prensa… a ellos no les interesa con quién salgo, solo debe importarles mi carrera como actor, nada más — respondió, caminó para estar más cerca de ella y que viera la verdad en su mirada.


Ese era un argumento válido y ella lo sabía, tampoco le gustaba que la prensa se inmiscuyera en su vida privada, lo miró intentando creer ciegamente en él, callar la voz de su madre que le decía que Pedro estaba junto a ella solo para sacar provecho a la situación. Él no era así ¡Dios no podía serlo! Le había demostrado que la quería, no se lo había dicho, pero se lo había dejado ver muchas veces.


—¿Tienes idea de lo que me dolió lo que acabo de ver Pedro? —preguntó con la voz estrangulada por retener el llanto.


—Algo parecido a lo que yo sentí cuando te vi junto a Ignacio Howard —contestó mirándola a los ojos—. Yo también me sentí en un infierno ese día y no por eso comencé a cuestionarte —agregó con rabia y dolor.


—Eran situaciones muy distintas, él era mi novio y entre mis planes no estaba retomar una relación contigo… pero esto es distinto o quizás no, a lo mejor tú estabas esperando a tener algo seguro conmigo para terminar con ella —le reprochó sintiendo que la rabia no la dejaba llorar.


—Ese no es el caso, porque yo siempre he estado seguro de lo que quería y lo que sigo queriendo —señaló manteniéndole la mirada.


—¿Siempre has estado seguro? ¡Por Dios Pedro! No tienes que mentir, hace años no tenías la más mínima idea de lo que querías…


—¿Cómo puedes saberlo? —inquirió molesto por la seguridad que mostraba sobre sus sentimientos.


—¡Porque si lo hubieras estado no me habrías dejado marchar! —le gritó sin poder contenerse y dejó correr las lágrimas que la ahogaban.


Él se quedó en silencio pues no podía argumentar nada contra eso, Paula tenía razón. Sin embargo, las cosas eran distintas ahora, él sabía lo que quería, la quería a ella y no dejaría que el destino o lo que fuera los separara de nuevo, no en ese momento que tenía la certeza de que Paula lo amaba tanto como él a ella.


—He cometido muchos errores en mi vida y puede que sí, no tenía ni la más puta idea de lo que quería en ese entonces, mi mundo estaba patas arriba Paula y arrastrarte a éste no hubiera sido justo… tú no hubieras logrado soportar tanta presión… —decía cuando ella lo detuvo.


—No hables por mí, no lo hagas Pedro. Tú no puedes decir lo que hubiera podido soportar y lo que no… ¿Por qué todos tienen la maldita manía de saber lo que es mejor para mí? ¿Por qué todos piensan que no tengo la suficiente fortaleza y madurez para asumir las pruebas que la vida me pone delante? —preguntó sintiéndose realmente furiosa y le dolía al ver que él la trataba igual que su madre, como una inútil.


—¿Si estabas preparada por qué no lo hiciste Paula? ¿Por qué no regresaste a Roma y te arriesgaste a creer en ese amor que me dices sentías, por qué no creíste en mí? —le cuestionó dejando libre su rabia.


Hasta el momento se había callado el hecho de que ella no hubiera reaccionado al leer la nota, ni siquiera la había mencionado y justo en ese instante se preguntaba si al menos la recordaba, si la leyó o por el contrario la lanzó a la basura junto a las fotografías.


—No me diste motivos para hacerlo… por el contrario Pedro, te esmeraste en hacer que me llenara de rencor, no habían pasado cuatro meses cuando andabas pavoneándote por toda Roma con una mujer distinta por semana. Volviste a ser quien siempre habías sido… y yo… yo no podía creer que me hubieras olvidado tan rápido —expresó sintiendo que el solo recuerdo le hacía tanto daño, tembló intentando dejar de llorar, pero no podía hacerlo y tampoco quería.


—Tú también hiciste tu vida Paula —se defendió porque no podía quedarse callado, no podía creer que ella estuviera reprochándole que intentara rehacer su vida, ellos no habían hecho votos ni promesas.


—Sí, claro… pero al menos tuve la decencia de respetar tu recuerdo y lo que sentía por ti. Pasó un año para que pudiera decidirme a salir con Ignacio… para darme una oportunidad, y cinco meses más para acostarme con él —vio que él tensaba la mandíbula, todavía tenía la desfachatez de molestarse, aunque no lo admitiera. Negó con la cabeza sintiéndose cada vez más decepcionada de ese gran egoísta que era Pedro—. Y lo más estúpido fue que después de hacerlo me sentí tan mal… sentía que le había traicionado… ¿Pero traicionado a quién Pedro? Al hombre que decía necesitarme y que a la primera oportunidad lanzó al piso todo lo que le había dado, que me hizo sentir tan insignificante, tan poca cosa que podía ser reemplazada de la noche a la mañana sin el menor remordimiento —mencionó dejando salir como una avalancha todo el dolor que se había acumulado por años dentro de ella, y no pudo seguir aguantando porque de hacerlo terminaría quebrándose para siempre.


—Paula… yo nunca quise… —decía mirándola con dolor.


—No, no intentes justificarte porque ya no me interesa —dijo y caminó para salir del estudio, le pediría a la señora Alfonso que le llamara un taxi, no podía seguir allí.


—¿A dónde vas? —preguntó él siguiéndola fuera del estudio—. Paula tenemos que hablar — la tomó del brazo para detenerla—. Vamos a mi departamento, nos calmaremos y conversaremos sobre lo que desees, hay muchas cosas pendientes entre los dos lo sé y también que debemos
aclararlas —pidió buscando la mirada de ella.


—No voy a ir a ningún lado contigo Pedro y menos esta noche —pronunció intentando zafarse del agarre—. Suéltame —le exigió al ver que no tenía intenciones de hacerlo.


—No, no lo haré hasta que me escuches y comprendas que ninguna de esas mujeres, ni Romina significaron nada —dijo atrapando con su mirada la de ella, podía justificar su dolor, pero él merecía una oportunidad para explicarse, aunque no tuviera mucho que decir.


—No seas cínico… eres un miserable Pedro, me traes a tu casa y me presentas a tu familia que está al tanto de nuestra relación, haces que me sienta tan estúpidamente importante. Después dejas que esa mujer venga a humillarme delante de ellos y además, pretendes que me vaya contigo para volver a ser el juguete que te entretuvo durante un verano… estás muy equivocado si crees que lo haré… ¡Así que jódete! —le gritó soltándose del agarré y caminó para alejarse.


Sus ojos se encontraron con la figura de Lisandro y lo vio como su salvador, caminó más de prisa para pedirle a él que le llamara un taxi.


—Paula te estás comportando como una niña, vamos a hablar —pidió una vez más Pedro que casi no tenía paciencia.


—Déjame en paz —mencionó apresurando el paso al sentirlo cerca.


Fue muy tarde, ya Pedro la tomaba por la cintura y la pegaba a su cuerpo, ella no podía luchar contra la fuerza de él. Sin embargo, lo intentó porque se moría de la vergüenza ante el
espectáculo que daban.


—¡Lisandro ayúdame! —apeló al sentido común del piloto.


—Tú no te metas en esto —le advirtió señalándolo con un dedo.


Lisandro solo elevó las manos y se encogió de hombros, no pudo evitar sonreír al ver la mirada acusadora de Paula, se dio la vuelta para regresar por su camino cuando la voz de su hermano lo detuvo.


—¡Mierda! —exclamó con el poco oxígeno que le quedó después del codazo que le propinó Paula en el estómago.


—Parece que se te olvidó que soy hija y hermana de marines —le dijo con rabia viendo cómo se le había pintado el rostro de carmín. Acortó la distancia entre ella y Lisandro—. Por favor necesito que me consigas un taxi, quiero regresar al hotel —pidió con la respiración algo agitada y se metió un mechón de cabello tras la oreja.


—Claro, ni loco me arriesgo a acabar como él —contestó recurriendo como siempre a una broma en situaciones tensas.


—Gracias, estaré en el salón despidiéndome de tus padres —mencionó y se alejó dejando a Pedro que aún no se recuperaba del golpe. Le dolió verlo así, pero ella también sufrió mucho por su causa.


—Paula —intentó seguirla pero Lisandro se atravesó—. Quítate, tengo que hablar con ella — esbozó queriendo hacerlo a un lado.


—¡Hey! ¡Hey! Te quedas justo donde estás… Pedro en estos momentos Paula no va a escucharte ni que le hables en arameo. Está furiosa y tiene razón, Vittoria me dijo que de haber sido ella te cortaba los huevos, así que siéntete afortunado por haber recibido solo ese golpe y no busques más —mencionó colocándole una mano en el pecho.


—Si dejo que se vaya ahora puedo perderla —expresó sintiéndose desesperado ante la sola idea de que algo como eso ocurriese.


—No lo harás no seas idiota… ella está dolida ahora pero se le pasará, debes dejar que se calme y después la buscas… déjame explicártelo de una manera más gráfica. Acabas de pisar una buena porción de mierda, lo más sensato que debes hacer es quedarte justo donde estás o terminaras embarrándolo todo y empeorando las cosas entre ustedes —indicó mirándolo a los ojos para que comprendiera. No era muy bueno con las metáforas pero esperaba que su hermano entendiera esa al menos, lo vio liberar un suspiro y comenzar a calmarse—. Bien, ahora me toca intentar negociar con esa fiera para que me deje llevarla hasta el hotel —esbozó frunciendo el ceño.


—No creo que te deje es demasiado obstinada —mencionó Pedro con rabia y mostró una mueca de dolor cuando se apoyó la mano en el estómago donde Paula lo había golpeado.


—Ya veo qué es lo que los dos tienen en común, de todos modos déjamelo a mí, sé cómo manejar este tipo de situaciones —comentó con conocimiento de causa pues le había tocado lidiar muchas veces con los celos de su novia, le palmeó la espalda y lo dejó pasando el dolor.


Paula llegó al salón intentando mostrarse casual mientras sentía todas las miradas encima de ella, buscó a Diana y a Kimberly que compartían con unos primos de Pedro, de manera disimulada les pidió a las dos unos minutos para comunicarles que se iba. Como era de esperar la noticia no les cayó muy bien, ellas se estaban divirtiendo y lo último que deseaban era ir a encerrarse en la habitación del hotel, así que llegaron al acuerdo que solo Paula se iría y ellas lo harían después cuando la fiesta terminase.


Amelia y Fernando también intentaron convencerla para que se quedara, sentía que debían salvar la situación y hacerle ver que Pedro no había previsto que la inoportuna y loca de Romina aparecería de esa manera. Sin embargo, la tensión que mostraba Paula les hizo comprender que en realidad ella necesitaba estar sola para pensar, así que cedieron y estuvieron más tranquilos al saber que sería Lisandro quien la regresaría al hotel.


Ella luchaba contra las ganas de llorar que la agobiaban a cada paso que daba, se sentía tan dolida y confundida que no sabía si eso que estaba haciendo era lo correcto o por el contrario estaba arruinando todo lo ganado hasta ese momento con Pedro.


—Paula, por aquí.


La llamó Lisandro señalándole un Lancia Thema plateado, mientras le dedicaba una sonrisa, sintiéndose apenada caminó hasta él y su novia, le agradeció con una sonrisa cuando le abrió la puerta, subió dejando libre un suspiro y cerrando los ojos mientras dejaba caer su cabeza hacia atrás, no quería ser consciente del caos que era su mundo una vez más.


Durante el trayecto ninguno mencionó nada con relación a Pedro o lo sucedido y cuando el auto se detuvo ante la fachada del hotel se despidió rápidamente de la pareja, agradeciéndoles por la molestia que se habían tomado, intentó no sentirse peor por las miradas de lástima que ambos le dedicaron, caminó y entró al lobby rogando que nadie del equipo de producción estuviera por allí, en especial Guillermo Reynolds porque no estaba de humor para sus estúpidas exigencias.


Cuando al fin llegó hasta su habitación comenzó a despojarse de todo, mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas al ser consciente que todo su arreglo de esa noche no había servido de nada, se quitó el vestido dejándolo tirado en el piso del baño y se envolvió en un albornoz, caminó hasta la nevera empotrada para tomar una botella de agua, se sentía sedienta y sobre todo agotada.


Antes de regresar al baño escuchó el timbre de su móvil, lo sacó del bolso y vio que era Pedro, suspiró sin saber qué hacer y mientras lo decidía la llamada se perdió, ya eran tres con esa, pensó que sería la última pero una vez más el sonido llenaba la habitación.


Eres una estúpida Paula, la más grande de las estúpidas… y la mujer más débil que pueda existir sobre la tierra.


Pensaba antes de deslizar el dedo por la pantalla para atender la llamada y llevarse el teléfono a la oreja.


—Dime —esbozó con parquedad.


—Quería saber si habías llegado bien.


—Sí, llegué hace diez minutos —contestó y se quedó en silencio sin saber que más decir, pudo escuchar a Pedro suspirar al otro lado.


—Bien… Paula nunca quise que esta noche terminara así.


—Supongo que no —pronunció con la voz ronca y una vez más estaba llorando porque ella tampoco deseó que acabara así.


—Dime por favor que te vas a quedar, que nada ha cambiado.


—No voy a ir a ningún lado, pero necesito un poco de tiempo.


—Está bien, intenta descansar preciosa.


—Igual tú —fue lo único que logró decir antes de cortar la llamada y que un sollozo le rompiera la garganta.


Se dejó caer en el sillón, llorando después de esa última visión que tuvo de Pedro en la fotografía que le había asignado, recordando que le había tomado muchas, ya que en todas él salía haciéndole muecas y no quedaban como quería, lo había hecho para hacerla reír, al final consiguió esa donde su enigmática mirada azul y la radiante sonrisa la habían cautivado al punto de pasar horas viéndola.


—Paula… ¿Qué vas a hacer? Estás tan perdidamente enamorada de Pedro, sabes que no puedes estar sin él… ¿Por qué todo tiene que ser tan malditamente complicado? ¿Por qué no puede ser como antes cuando el mundo era perfecto y solo existíamos nosotros? —se preguntó dejando que el dolor y la melancolía la invadieran una vez más.


Dejó libre un suspiro, su mirada se perdió en la hermosa vista del puente Vittorino Enmanuelle II, iluminado por tenues luces amarillas, al igual que las del resto de la ciudad, le causaban a Paula la impresión de ser una pintura que se reflejaban en las aguas del río Tíber, hermosa pero difusa a la vez, justo como sentía su futuro junto a Pedro.









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