viernes, 28 de agosto de 2015

CAPITULO 163




Era casi medianoche y Pedro no podía seguir soportando la espera, sabía que le había prometido a Paula que se mantendría al margen para que ella pudiera hablar calmadamente con Howard, pero nunca pensó que le resultara tan difícil quedarse tranquilo ante su silencio, movía el teléfono entre sus manos y se acercaba al ventanal, aprovechando la oscuridad para no verse atacado por su miedo.


—Por favor Paula envíame un mensaje, llámame, dime algo —pedía caminando de un lado a otro —no lo soportó más y se arriesgó él, escuchó tres veces el repique y después la contestadora—. ¡Mierda! Paula responde —pidió intentándolo de nuevo y esa vez fue directo al buzón de voz
sembrando el miedo en él.


Miró la pantalla de su móvil debatiéndose entre la idea de permanecer allí o ir hasta el departamento de ella, de pronto vio que una llamada de Paula entraba y no tardó un segundo en responder.


—Preciosa… siento molestarte, solo quería saber si todo estaba bien —mencionó con preocupación.


—No, nada está bien… todo es un desastre Pedro, todo es un desastre y yo… no sé… la verdad no sé si vale la pena tanto sufrimiento.


—Paula ¿qué sucedió? Por favor háblame ¿por qué estás así? —peguntó sintiendo una presión en el pecho ante las palabras de ella.


—Lo siento Pedro, no puedo, lo único que deseo es estar sola.


Fue todo lo que dijo y cortó la llamada, él se quedó un minuto sin saber qué sentido darle a sus palabras, mientras todo parecía estar balanceándose en una cuerda floja. Salió con rapidez para buscarla.


No pudo despegar su mirada de los números que avanzaban en el panel electrónico sobre las puertas, mientras sentía que su corazón latía desbocado presintiendo que podía perderlo todo en un instante, al fin estuvo ante el pasillo que se encontraba a metros de altura, sintió el maldito pánico intentar apoderarse de él, pero le dio la pelea y caminó con la mirada al frente, pues una cosa era ver las luces a lo lejos desde un piso veintiocho y otra muy distinta era caminar prácticamente sobre ellas. —Buenas noches, necesito ver a la señorita Chaves —le pido a la mujer blanca de cabello rubio, con algunas canas y ojos grises.


—Ella no se encuentra en este momento señor —respondió con un tono formal, pero su mirada reflejaba cierto rechazo.


—Acabo de hablar con ella hace un instante y sé que está aquí —insistió dando un paso al frente.


—Dijo que no deseaba ver a nadie, así que le pido que se marche o me veré en la obligación de llamar a la seguridad del condominio.


—Yo necesito hablar con ella, por favor… solo serán unos minutos —intentó una vez más mirándola a los ojos.


—Inés deja pasar al señor.


Pedro vio a la otra mujer que identificó de inmediato como Rosa, la cocinera de Paula y quien lo recibió el primer día cuando llegó con Diana, la misma que no había dejado de mirarlo y lo hizo sentir como si lo conociera.


—Rosa, este hombre es un extraño y ya es muy tarde para recibir visitas, además la señorita Chaves está indispuesta —dijo con autoridad mirando a su compañera.


—¿Indispuesta? ¿Qué quiere decir con indispuesta? —preguntó sintiendo que la bilis se le revolvía y un miedo atroz le encogía las entrañas al pensar que Howard le había hecho algo a Paula y por eso ella estaba tan perturbada cuando lo llamó—. Si él le hizo algo juro que lo mato, déjeme pasar —pronunció apoyando su mano en la hoja de madera para forzar su entrada si era necesario.


—Váyase en este instante señor —indicó la mujer.


—No lo haré… —decía cuando la vio aparecer toda descompuesta.


—¿Qué sucede? —preguntó alarmada y llena de miedo—. Pedro ¿qué haces aquí? —le cuestionó acercándose.


—Tengo que hablar contigo… y ya sé que me dijiste que querías estar sola, pero no puedo dejarte —contestó mirándola a los ojos.


—Inés déjalo pasar por favor —pidió mirando a la mujer.


—Por supuesto señorita —refunfuñó y se alejó de la puerta.


—Pueden dejarnos a solas por favor —pidió Paula en tono amable a las dos mujeres.


Ellas asintieron y se retiraron a sus habitaciones de manera muy discreta, tal como hicieron cuando comenzó a discutir con Ignacio.


—¿Por qué les pediste que te negaran para mí? —preguntó un tanto molesto por lo ocurrido.


—No les pedí que lo hicieran, no sabía que vendrías, pero debí suponerlo —contestó caminando con él hacia el salón.


—¿Qué ocurrió Paula? —la interrogó suavizando el tono de su voz, sintiéndose aliviado al saber que estaba bien, al menos físicamente.


—Terminé con Ignacio —contestó sin más, no quería hablar de ello.


—¿Él te hizo algo, te maltrató? —preguntó una vez más y se acercó.


—No, Ignacio no es un hombre violento, se puso furioso como era de esperarse, pero si hablamos de daños yo fui quien más hizo.


—Paula, ambos sabíamos que esto no iba a ser sencillo —decía cuando ella se volvió a mirarlo y lo detuvo.


—¿Sencillo? ¿Tienes idea siquiera de lo que estoy sintiendo en este momento? —cuestionó mirándolo, llena de rabia contra ella misma.


—Comprendo… solo quería ver que estabas bien. Que descanses Paula —dijo con tono adusto y le dio la espalda.


—Solo dime por favor que todo esto que estamos haciendo vale la pena, necesito saberlo Pedro —le pidió llorando de nuevo.


Él caminó hasta ella y la tomó con suavidad de los hombros mientras se perdía en ese par de ojos que amaba y últimamente había visto llorar tanto, le secó las lágrimas con su pulgar.


—No sé qué hacer, nunca quise lastimar a nadie… siempre he intentado complacerlos a todos para verlos felices, pero termino fallando y estoy tan cansada, no soy perfecta… no lo soy —expresó con dolor.


—Yo no necesito a una mujer perfecta, no quiero a alguien que diga que sí a todo, no necesito que hagas las cosas solo por complacerme, quiero que hagas solo lo que desees, que seas tú misma —se detuvo un instante sintiendo su corazón latir rápidamente—. Es tu decisión, si quieres que me vaya
dímelo ahora y dejaré que sigas con tu vida, pero si no lo haces, si tu silencio significa que deseas lo mismo que yo, te juro que no habrá nada que me impida recuperarte… todo depende de ti. ¿Me quedo o me voy? —preguntó acunándole el rostro, sintiendo que temblaba tanto como ella.


—Abrázame Pedro… Por favor abrázame y no me sueltes nunca —rogó viéndolo como su única esperanza de ser feliz.


Él la envolvió entre sus brazos con fuerza para mantenerla en pie y evitar que Paula se derrumbara ante sus ojos, la sostuvo mientras sollozaba y la consoló dándole suaves besos en el cabello, aguantando sus propias ganas de llorar al verla de esa manera.


Horas después ella se encontraba dormida entre sus brazos, se sentaron en silencio, no quiso contarle lo que ocurrió con Ignacio, él lo respetó y solo le hizo compañía.


La mujer llamada Rosa le indicó dónde quedaba la habitación y él la llevó cargada hasta allí, la recostó en la cama para que descansara, se quedó mirándola por varios minutos; antes de irse le escribió una nota recordándole que siempre estaría a su lado y que lo que sentía por ella era lo más valioso que tenía en la vida.







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