viernes, 28 de agosto de 2015
CAPITULO 162
Él acababa de regresar a la ciudad después de hacer un postgrado en Zúrich, o en otras palabras, su huida a raíz de los constantes reproches por parte de su padre ante el fracaso de su matrimonio con Olga. Paula había estado intentando conseguir un préstamo, al no lograrlo entrevistándose con los asesores pues carecía de uno de los requisitos, pidió verlo directamente a él. Recordó que la vio entrar a su oficina llevando un hermoso vestido verde bastante discreto, pero que se ajustaba a ella resaltando su figura curvilínea, zapatos negros de tacones altos y cerrados, se cubría del imponente frío que siempre hacía en Chicago a mediados de otoño con un grueso pero elegante abrigo negro.
Él se puso de pie de inmediato para recibirla, fue hechizado por su natural belleza y esa mezcla de seguridad y timidez que mostraba en sus movimientos cuando su asistente la dejó junto a la puerta.
—Buenos días, siga por favor —la invitó con una sonrisa.
—Buenos días señor Howard, muchas gracias por recibirme —esbozó caminando hasta él y cuando se detuvo al otro lado del escritorio extendió la mano—. Paula Chaves, encantada.
—Es un placer señorita Chaves, Ignacio Howard —esbozó recibiéndole la mano para darle un suave apretón, pudo sentir que estaba helada—. Tome asiento por favor, ¿desea algo de tomar? ¿Café, chocolate? —ofreció mirándola mientras le hacía un ademán hacia la silla.
Ella dudó unos segundos y al final pareció relajarse un poco, estaba tan rígida que en serio llegó a pensar que se estaba congelando. Y aceptó el café mostrando una bella sonrisa, colocó la carpeta que llevaba en sus manos sobre el escritorio y la vio sentarse con la espalda erguida luciendo más alta, madura y distinguida, aunque apenas era una chica.
Comenzó a hablar sobre el asunto que la había llevado allí, mostrándole todos los recaudos para el préstamo que solicitaba, también los certificados de derechos de autor de sus obras y las fotografías del apartamento que deseaba comprar con el dinero. Él solo la miraba fascinado por la belleza y el entusiasmo que mostraba cuando hablaba de su trabajo, de lo importante y maravilloso que sería para ella obtener un lugar donde pudiera desarrollar su carrera, además claro está de su independencia en todos los aspectos.
—Yo sé que aún no tengo la edad para recibir ese préstamo y que son políticas del banco que debe hacer respetar, solo le pido que haga una pequeña excepción conmigo —le pidió mirándolo con esos grandes y hermosos ojos marrones—. Si usted me ayuda a conseguirlo le prometo que no se arrepentirá, ni se verá en la obligación de hacer ningún embargo, yo trabajaré tanto como sea necesario para cubrir cada cuota a la fecha —se detuvo tomando aire y después continuó—. Señor Howard, si lo aprueba me estaría haciendo la mujer más feliz del mundo.
Él se quedó en silencio observándola unos segundos, admirando no solo su innegable belleza sino también su compromiso y se preguntó. ¿Cómo podía negarle algo a la mujer ante sus ojos? Mandó al diablo el inquebrantable reglamento del banco y le otorgó lo que le pedía, incluso se agregó como otro de sus fiadores. Levantó el teléfono para solicitar la presencia de uno de los asesores y le ordenó que gestionara el préstamo, ella se tapó la boca para ahogar un grito de felicidad y eso le encantó.
Después que el préstamo fue depositado en la cuenta de Paula y que ella firmara todos los documentos necesarios, ya no tenía más motivos para permanecer allí, así que él se arriesgó.
—Ahora señorita Chaves ¿tendría usted la amabilidad de hacerme el hombre más feliz del mundo aceptando una invitación a cenar? —preguntó con la mejor de sus sonrisas mientras la miraba.
Ella lo miró sorprendida obviamente malinterpretando sus palabras, la sonrisa en su rostro se borró, abrió su cartera sacando la chequera y una pluma, con rapidez rellenó uno y elevó la mirada.
—Elaboro el cheque a nombre del banco supongo, le devolveré su dinero señor Howard — mencionó con un tono más frío que el viento que soplaba en las calles.
Le llevó casi una hora convencerla de que no había sido su intención cobrarle el favor, lo hacía porque ella lo había cautivado apenas entró por la puerta con la mirada llena de esperanza. Claro que tuvo que inventarle una excusa relacionada con sus libros, pero eso tampoco la convenció, solo consiguió que aceptara el préstamo.
Un mes después cuando regresó para hacer un abono a la deuda gracias a un adelanto que había recibido de su último libro, la interceptó y le pidió que al menos lo dejara ser su amigo, que podían ir conociéndose sin compromisos, ella lo aceptó pero colocando una condición: No cenarían juntos hasta que cancelara la última cuota del préstamo.
En ese momento se sintió el hombre más idiota del mundo por ponerle un plazo de doce meses para pagar, tendría que esperar un año completo para salir con ella. Al principio se desanimó y como buen negociante que era intentó regatearlo a seis meses, sin embargo ella no cedió uno solo así que él terminó aceptando, Paula valía que la esperara cada uno de esos días.
Cada vez que llegaba al banco a cancelar la cuota del préstamo lo hacía a través de algún coordinador, nunca volvió a su oficina, pero él no dejó que olvidara su promesa, tenía la dirección de su residencia entre sus documentos y después que ella abandonaba el banco le pedía a su asistente que llamara a una floristería y encargaba rosas, le enviaba una por cada mes que iban sumando con alguna frase casual.
El día que correspondía a la última, ella no solicitó ser atendida por un coordinador sino que pidió verlo, la emoción que eso le causó fue indescriptible. Un hombre como él ilusionado porque una mujer pidiera hablarle era absurdo, aunque tratándose de la que se había apoderado de sus días, estaba justificado. Para su desilusión no fue mucho lo que hablaron, solo le hizo entrega del cheque por la cuota final y le dio las gracias, pero antes de irse le entregó unas palabras que no olvidaría nunca.
—Puede pasar por mí a las siete y lleve el ramo con las doce rosas, por cierto, me atraen más las damasco.
Lo que esas palabras significaban y la sonrisa en sus labios fue tan hermosa que lo dejaron mudo, solo pudo verla salir con ese andar tan maravilloso y seguro que poseía. En ese preciso instante lo supo, Paula Chaves era la mujer de su vida.
Las puertas se abrieron y él salió del ascensor tropezando con varios hombres, ni siquiera les pidió disculpas, lo único que deseaba era salir de ese lugar antes que su orgullo y su valentía lo abandonara. Lanzó la maleta en la parte de atrás del auto, lo encendió quedándose cerca de un minuto mirando fijamente las puertas del elevador, con la remota esperanza que Paula se apareciera en cualquier instante y le pidiera que olvidara todo, que ella también lo amaba. Nada de eso sucedió y la derrota lo aplastó con tanta fuerza que se marchó de allí.
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