martes, 21 de julio de 2015

CAPITULO 37




Pedro por su parte se encontraba en medio de un ir y venir de emociones, su corazón latía frenéticamente y una sonrisa se dibujaba en sus labios al mismo tiempo que el asombro se mostraba en sus ojos. Se encontraba tendido en el sofá del salón leyendo el libro de Paula, desde que llegó a los capítulos finales se olvidó de la hora, el calor que lo había agobiado antes y de todo lo demás, incluso se había olvidado de la mujer que había escrito lo que ahora lo tenía completamente atrapado y tan emocionado.


El final llevó a Pedro a un estado de shock, con un cúmulo de emociones contradictorias. Abrió el libro buscando la foto de Paula y no podía creer que de verdad ella hubiera escrito todo eso, ella con su cara de niña buena, con ese semblante de muñeca de porcelana y esa manía por el orden.


—¿Quién eres realmente Paula? ¿La femme fatale o la chica sumisa, intelectual y controlada que me has mostrado? ¿Quién eres? —se preguntó con la mirada fija en esa imagen, dejó ver una sonrisa y se colocó de pie—. No tienes ni idea de cuánto me gustará descubrirlo, como diría el poeta “Una mujer desnuda es un enigma y siempre es una fiesta descifrarlo” Pedro citó a Mario Benedetti y dejó libre un suspiro.


Después de pensarlo sólo un minuto se armó de valor y salió en busca de Paula, sabía que era tarde, que seguramente estaba durmiendo, pero necesitaba verla no podía esperar hasta que amaneciera, debía ser ya y con esa resolución se dirigió a su casa.


En medio de un plácido sueño la castaña comenzó a sentir que algo desde el exterior la perturbaba, se colocó boca abajo hundiendo un poco su cabeza entre las almohadas para alejar eso que intentaba despertarla, eran murmullos que provenían del exterior; pensó que quizás un pájaro o algún animal andaba por el jardín y ella había dejado la ventana abierta. Se levantó de inmediato con un movimiento brusco, el mismo que le provocó un mareo, cerró los ojos mientras intentaba controlar el aturdimiento y se enfocaba en la situación. Se puso de pie despacio tanteando a su alrededor, aunque la habitación estaba iluminada por la luz de la luna ella aún estaba adormilada, se enfocó en su alrededor y caminó hacia la ventana.


—Si es un animal y anda por el jardín puede entrar, será mejor que cierre la ventana… —decía dirigiéndose hasta ésta cuando escuchó de nuevo los murmullos.


Se detuvo en seco mirando a todos lados buscando algo que le sirviera para defenderse en caso de necesitarlo, no encontraba nada hasta que sus ojos se toparon con sus zapatillas de correr, tomó una y con sigilo se acercó a la ventana, estaba por asomarse cuando escuchó algo que la llenó de terror.


El murmullo provenía del exterior y había esbozado claramente su nombre, el miedo que la invadió le impidió reconocer a quien pertenecía la voz y el sonido se repitió un par de veces, ella respiró profundamente mientras se armaba de valor para acercarse a la ventana y ajustarla nuevamente, tenía los ojos cerrados, pero se vio en la obligación de abrirlos pues no encontraba los manubrios.


—¡Paula! Soy yo ¡Pedro! —exclamó el chico un poco más
fuerte al ver la escena que ella protagonizaba, entre sorprendido y divertido ¿por qué tiene los ojos cerrados? Se preguntó.


—¿Pedro? —cuestionó en un susurro buscándolo con la mirada para comprobar que era él, el miedo fue reemplazado de inmediato por una gran rabia, la había hecho comportarse como una tonta niña miedosa— ¡Qué demonios! ¿Qué haces allí? ¿Por qué me estás llamando? — preguntaba en susurros dejándole ver su molestia.


—Necesito hablar contigo —contestó él con una sonrisa.


—¿Te has dado cuenta la hora que es? —inquirió desconcertada.


—Sí… son… —consultó el cielo, había aprendido de su abuelo a calcular la hora por la posición de la luna y el sol, después la miró a ella—. Son cerca de las tres de la mañana —confirmó.


—¡Exacto! ¿Acaso no podías esperar hasta que amaneciera? —le cuestionó una vez más, frunciendo el ceño.


—No, por favor ya estás despierta no me hagas rogarte y baja —le pidió con una sonrisa seductora.


—Te has vuelto loco definitivamente, no bajaré… —estaba negándose cuando él la detuvo.


—Paula Chaves necesito hablarte de esto —indicó mostrándole el libro que llevaba en sus manos.


—¡Oh, Dios! ¿Y ahora qué? —mencionó para sí y después de meditarlo unos segundos le respondió a él—. Ve por la parte de enfrente, bajaré en un minuto y más te vale que valga la pena —le advirtió sin dejarse cautivar por la radiante sonrisa del italiano.


Paula intentó mantener la calma mientras cerraba la ventana, después de correr las cortinas salió disparada hacia el baño, encendió la luz y miró su reflejo en el espejo, tenía el cabello desordenado por la cantidad de vueltas que había dado para dormir, con rapidez se lo acomodó, pensó en sujetarlo con una coleta, desistió él podía darle un sentido equivocado a eso, abrió el grifo, llenó sus manos de agua y se lavó rápidamente la cara para aliviar un poco la hinchazón, después buscó el enjuague bucal hizo un par de gárgaras con el líquido sabor a menta y se dispuso a salir.


—¿Para qué haces todo esto? Ni que fueras a besarlo o algo por el estilo, sólo le preguntarás qué desea y después lo enviarás de regreso a su casa — se decía caminando hacia las escaleras, pero cuando estaba por bajarlas se detuvo en seco— ¡Paula mira lo que traes puesto! —exclamó y corrió de nuevo a su habitación.


Una vez en ésta abrió el armario y rebuscó entre su ropa de dormir algo que le sirviera, encontró un kimono de satén a rayas blancas y rosa pálida, se lo colocó con rapidez ajustando la cinta de modo que no fuera a soltarse y ocultara su escote. Respiró profundamente para calmarse, sentía que el corazón le latía demasiado rápido, después de echarse un último vistazo en el espejo y ver que lucía presentable y relajada decidió bajar, encendió las luces del salón y caminó hacia la puerta tomándose su tiempo quitó los seguros y abrió.


—A ver Pedro Alfonso. ¿Qué es eso tan urgente que no puede esperar hasta que amanezca? —preguntó con mal humor, saliendo al exterior pues no lo dejaría pasar.


—¡Esto! —contestó él al tiempo que la abrazaba y le daba un beso en la mejilla, en realidad muy cerca de la boca—. Eres increíble en verdad, felicitaciones por tan espectacular historia —agregó separándose un poco para mirarla a los ojos, pero aún con sus brazos rodeándole la cintura.


—Yo… no sé… —ella se había quedado congelada.


No entendía nada o mejor dicho la reacción de Pedro no la dejó hilvanar una idea coherente, esa muestra de efusividad por parte de él la había tomado desprevenida y las sensaciones que despertó en su cuerpo sólo empeoraron su situación, nada más conseguía mirarlo a los ojos mientras su corazón latía desbocado.


—Acabo de terminar el libro y quería darte mis impresiones —indicó alejándose para darle un poco de espacio al notar que su cercanía la perturbó y eso le gustaba, mentiría si decía que no. Pero no había llegado hasta allí con planes de conquista, bueno, no del todo.


—¿Y por eso vienes a mi casa, casi a las tres de la mañana y en pijama? —preguntó sin salir de su asombro observándolo.


—Sí y no… bueno ya sé que es muy tarde, pero no pude irme a dormir, antes deseaba terminar el libro o mejor dicho éste no me dejó soltarlo hasta acabarlo… y no estoy en pijama ésta es la ropa que uso cuando estoy sólo en casa y deseo estar cómodo… para dormir no uso nada, lo hago desnudo —mencionó con una sonrisa que se hizo más amplia cuando Paula abrió los ojos con asombro.


¿Por qué demonios me dices eso? ¡Oh, por favor! Esto nada más me pasa a mí ¿ahora cómo haré para sacar esa imagen de mi cabeza?


Pensó sintiendo que su cuerpo era recorrido por una ola de calor que terminó en un estremecimiento y llegó hasta los rincones más profundos dentro de ella, negó con la cabeza obligándose a retomar su postura, si él buscaba distraerla no lo conseguiría.


Pedro… —dejó libre un suspiro armándose de paciencia o más bien, intentando no demostrar cuanto la había afectado su comentario anterior, continuó sintiendo centrada— ¿Sabías que tengo una página web y un blog donde puedes dejar tus comentarios sobre la novela? En realidad eso es lo que hacen todas las personas que la leen… —decía y una vez más él la interrumpía.


—¿Y para qué voy a hacer algo como eso si tengo a la escritora justo en la casa de al lado? —preguntó elevando una ceja.


—Pues porque es lo más habitual y porque la escritora merece dormir en paz toda la santa noche… casi me matas de un susto, pensé que era… —se detuvo antes de confesar lo tonta que había sido—. No tiene importancia.
¿De verdad te costaba mucho esperar hasta el amanecer? Ya sé que Deborah te trae loco pero… ¿Hasta el punto de acosarme de esta manera? —inquirió mirándolo a los ojos.


—En realidad… si supiera que Deborah se encuentra en esta casa créeme esto no sería nada comparado con lo que estaría dispuesto a hacer —respondió con su mirada clavada en la de ella y una sonrisa traviesa, esa misma que usaba para conquistar.


Paula sintió como su vientre temblaba y un vacío se apoderó de su estómago, parecido a aquel que se siente cuando se está en una montaña rusa, desvió la mirada de los ojos de Pedro y los suyos captaron que una luz en la casa de los conserjes se encendía.


—Creo que la señora Cristina o su marido se han despertado, quizás nos escucharon hablando… —susurró sintiéndose igual de nerviosa que una adolescente pescada en una travesura por sus padres.


—Déjame entrar… —le pidió Pedro y al ver que ella dudaba se apresuró a agregar—. Si nos ven aquí afuera se pueden hacer ideas erróneas, en cambio si salen y no ven a nadie pensarán que fue su imaginación o qué sé yo, cualquier cosa —indicó mirándola.


—Bien… pero si te ven entrar pensaran que tú y yo… —decía una vez más y de nuevo él la detenía.


—¡Paula por favor! Somos adultos, pareces una chiquilla a la que están a punto de atrapar dejando entrar a su novio a medianoche a su casa —mencionó intentando no reír.


—No es gracioso —dijo ella viendo que él contenía la risa, dudó unos segundos y después habló—. Ven, entra rápido antes que se den cuenta y todo esto se convierta en un desastre —le ordenó abriendo la puerta que había cerrado tras su espalda, dejándolo entrar a él primero para después hacerlo ella.


—¿Por qué tendría que ser un desastre? —inquirió Pedro divertido mientras ella apagaba las luces y ahora quedaban a oscuras.


—Guarda silencio, es el señor Jacopo está mirando para acá —contestó Paula en un susurro observando por un pequeño espacio que había dejado en las cortinas.


—No tienes que hablar en ese tono, no puede escucharnos —indicó el italiano cada vez más divertido.


Se acercó a ella mostrándose supuestamente interesado por observar también, pero lo que en realidad deseaba era tener cierta proximidad, llevó una mano hasta la cortina para abrir un poco más el espacio actuando con tanta inocencia que Paula no podía reprocharle nada, aunque la sintió tensarse cuando sus cuerpos se rozaron ligeramente, un simple toque y ya sentía que el fuego regresaba a él justo como la mañana anterior.


—Ya se fue… y acaba de apagar las luces —dijo un tanto aliviada y se alejó de él en un movimiento que aparento ser casual.


La verdad era que estaba huyendo, pudo sentir el calor que transmitía el cuerpo de Pedro a su espalda, eso la hizo cerrar los ojos un instante y suprimir un suspiro, él no estaba jugando limpio.


—Perfecto, ahora podemos continuar con nuestra charla, como te decía me has dejado asombrado, jamás esperé que al final todo acabara de ese modo, me ha dolido en el alma lo que le hiciste a mi hermosa Deborah, pero igual no puedo más que aplaudirte… ¿Siempre pensaste en ese final o en algún momento se te ocurrió cambiar las cosas? —preguntó mientras la mirada.


—Bueno, veo que vas en serio… así que me rindo, vamos a sentarnos y me sometes a tu interrogatorio —esbozó ella con resignación mientras lo guiaba a la parte de atrás de la casa.


En ese lugar las luces quedaban encendidas por la noche y desde la casa de Cristina no se podía observar la pequeña terraza, por lo que no había riesgo si los conserjes salían, verían que todo seguía igual. Quitó los seguros, abrió la puerta y salieron, después de eso Paula se dirigió hacia el juego de sillas de madera, con hermosos cojines forrados en telas con motivos florales, le indicó a Pedro que se sentara en la de dos puestos mientras ella lo hacía en la individual.


—Hablas como si yo fuera el detective Dorta —dijo sonriendo.


—¡Pues lo pareces! —señaló ella con el ceño fruncido.


—A la única que verdaderamente él sometió a un interrogatorio fue a Deborah, claro bastante sutil, pero lo hizo. Y en esa escena la tensión sexual fue increíble… —vio que ella se disponía a protestar y no la dejó—. Ni se te ocurra negarlo Paula Chaves porque sabes que tengo razón —agregó mirándola.


—No iba a ser referencia directa a aquel interrogatorio, sino a éste que no es para nada sutil, pero empecemos— dejó libre un suspiro y buscó durante unos segundos las palabras para responder—. Eventualmente mientras una escribe se plantea muchas cosas, hay escenas que van surgiendo en el camino y que complementan a las principales, aquellas que ya tienes en la mente, esas casi siempre son intermedias. Cuando piensas en una historia lo haces desde un inicio y ya conoces el final, es lo más básico, lo principal que debes tener para empezar a escribir... así que no pensé en cambiar el final, algunas veces me sentí tentada a hacerlo no te lo niego, pero entonces cuando lo visualizaba sentía que perdía peso, esencia… no era así como deseaba que acabara la historia sino como había imaginado en un principio —explicó mirándolo, completamente cómoda al
hablar de su trabajo, le encantaba hacerlo.


—¡Demonios olvide traer una libreta! —expuso riendo como un niño y al ver que ella ponía mala cara aclaró—. Es que suenas tan profesional Paula que me haces sentir como un periodista, nunca he entrevistado a nadie, ni en la vida real ni en la ficción, se siente un poco extraño estar al otro lado. ¿Sabes? Es decir, yo siempre he respondido las preguntas, nunca las he formulado —aclaró con una sonrisa, ella le respondió con el mismo gesto comprendiéndolo y Pedro prosiguió.


—Se nota que te gusta lo que haces puedes hablar de eso con convicción y soltura… en ese aspecto nos parecemos bastante, siempre que se trata de mi carrera hablo sin parar. Pero volviendo al tema, de verdad es un gran libro y déjame decirle a esos críticos imbéciles son unos pobres mediocres
porque tú no necesitas de ningún premio, ni nada de eso para sentirte orgullosa o para que tu trabajo sea valorado, es muy bueno —agregó mirándola a los ojos, mostrándole que era sincero.


—Bueno, quizás debamos decírselo al profesor que me entregó el título en la universidad, no te imaginas lo pesada que fue la cadena que tuve que arrastrar, sólo porque tenía un par de libros entre los más vendidos cuando entre a ésta. En un principio nadie me tomaba en cuenta, pero cuando se enteraron de lo que había publicado y del género en el cual me desenvolvía, me trataron como a una tarada, menospreciaban todo lo que hacía, y en lugar de tener las cosas fáciles por contar con experiencia como escritora ya, me ponían todo cuesta arriba… —Paula no sabía cómo había llegado a ese punto pero era tan fácil desahogarse con él, era como si pudiera confiar en Pedro sentía que él podía entenderla mejor que nadie.


—Lo confirmo, cuerda de amargados y frustrados, pues imagino que le habrás dejado claro que no podían mancillar tu trabajo ¿no es así? — preguntó Pedro mirándola.


—En realidad soporté estoicamente todas sus burlas, continué con mi trabajo e incluso publiqué tres libros más estando allí… —mencionó mirándolo a los ojos y dejo ver una sonrisa que develaba que estaba a punto de compartirle algo más—. Pero el día de mi graduación cuando el director de la escuela de literatura me hacía entrega del título, me dijo estas palabras: “Chaves, espero que ahora sí comience una carrera de manera profesional, que lo que le enseñamos aquí le sirva para escribir de verdad y deje de perder el tiempo con esas novelitas que hace” —decía mofándose de la voz del hombre, no pudo terminar porque Pedro se colocó de pie.


—¡Qué viejo más miserable! Por favor dime que le pegaste en la cabeza con el título o le respondiste como merecía —pidió el castaño, sintiéndose de repente furioso por la humillación que ella había sufrido de parte de aquel estúpido.


—En realidad, bueno no pude pegarle con el título no me hubiera servido de nada, quizás la medalla sí le habría dejado una hermosa cicatriz en la espantosa calva que tenía o mejor dicho tiene, aún vive… pero tampoco lo hice, solo respiré profundo, lo miré a los ojos y le entregué la mejor de mis sonrisas para después decirle: “Le prometo profesor que
aplicaré cada uno de los conocimientos que he recibido aquí de ahora en adelante y también le prometo que todos los libros que escriba serán número uno en ventas igual que los cinco que he publicado hasta el momento y seguiré manteniendo la atención de los millones de lectores que hoy día me siguen, incluso puede que alcance más” —finalizó con una gran sonrisa.


Pedro la observó en silencio mostrando una gran sonrisa, sus ojos brillaban llenos de emoción, se sentía feliz por algún motivo que aún no alcanzaba a comprender pero que le provocaba una emoción muy satisfactoria, tomó asiento de nuevo y extendió su mano para tomar la de Paula.


—Eso me hace sentir muy orgulloso de ti… sé que apenas nos conocemos Paula pero de haber estado ese día allí me hubiera puesto de pie para aplaudirte —esbozó con sinceridad.


Ella sintió como una pequeña luz se encendía dentro de su pecho.


¿Cuántas personas le habían mencionado algunas vez que estaban orgullosos de ella? en realidad, podía contarlas con los dedos de sus manos y seguramente le sobraría alguno. Pedro que apenas tenía unas semanas conociéndola se lo había dicho y además lo hacía con verdadera emoción, eso la hizo sentirse feliz e importante.


—La verdad… ha sido lo más valiente que hecho en mi vida y después que lo dejé completamente perplejo y furioso, me sentí… no lo sé, me sentí muy bien, satisfecha… —dijo mientras sonreía y guiada por la emoción que la embargaba apretó más la unión de sus manos, buscó la mirada de Pedro—. Gracias… por tus palabras, por la emoción que demuestras por mi trabajo, por brindarme la oportunidad de conocer tu opinión… aunque sea a las tres de la madrugada —agregó riendo y sin saber a ciencia cierta qué la llevaba a actuar de esa manera, se colocó de pie y fue a sentarse junto a él.


Pedro se quedó mirándola sin saber cómo reaccionar, sin saber qué sentido darle ese gesto de Paula, le dedicó una sonrisa y se acomodó haciéndose hacia un lado para que ella tuviera más espacio. Su cercanía era una clara invitación, evidentemente no a que pasaran la noche juntos, pero sí a su mundo, de cierto modo ella cada vez se abría más a él, así como él lo hacía en ocasiones con ella, cuando le había contado de sus desavenencias con los críticos, de los gustos de su madre, de la casa en Varese, esa especie de puente que poco a poco iban construyendo le gustaba mucho, era una novedad, era cierto, pero se sentía cómodo dentro de ella.


—¿Puedo seguir con mi interrogatorio señorita Chaves? —preguntó ampliando su sonrisa.


—Puedes y además será un placer responderte —contestó recostándose en el espaldar de la silla para ponerse cómoda y crear un espacio seguro entre ambos.


—No te irás a quedar dormida. ¿Verdad? —inquirió al ver la posición que ella tomaba.


—No… no lo creo, tú no dejarás que eso suceda y si por casualidad llegará a ocurrir… ya sabes dónde queda mi habitación, no soy tan pesada para que no puedas llevarme —respondió con una sonrisa pero de inmediato esquivó la mirada de él.


Pedro sintió que su corazón comenzó a latir más rápido a causa de esas palabras, un sutil temblor le recorrió las extremidades hasta concentrarse en su entrepierna, se removió un poco en la silla a causa de eso pero lo disimuló con una sonrisa, abrió el libro y se centró en hablar de éste con Paula.


Después de un par de horas ambos reían y hablaban con soltura sobre la trama, el aire fresco de la noche los había envuelto creando un ambiente mágico entre ambos, la luz de la luna que se reflejaba en los hermosos relieves del campo toscano, el olor de las flores, del trigo, de la lavanda, del olivo y las uvas, todo era tan perfecto, ella lo observaba en silencio mientras él le leía el final del libro, ver su emoción ante cada palabra hacía que Paula se sintiera realmente orgullosa, valorada, incluso importante, era como si Pedro le estuviera entregando todo eso que desde hacía mucho estaba pidiendo y hasta ahora nadie le ofrecía, no en la forma que él lo hacía, era el primer hombre que veía realmente interesado en su trabajo, no como los otros que solo fingían para congraciarse con ella.


El canto de un gallo a lo lejos les hizo notar que estaban cerca del amanecer y que el tiempo se les había pasado volando, él supo que no podía seguir extendiendo ese encuentro aunque lo deseaba no estaba bien, ella debía descansar pero algo en su interior no quería dejarla ir, no quería separarse de Paula, todas esas emociones a veces despertaban un profundo miedo en él.


Uno que jamás había sentido y eso lo confundía, lo hacía cuestionarse sus acciones. Por primera vez en muchos años Pedro empezaba a sentir que alguien le importaba nuevamente, al grado de desear cuidarla y hacerla sentir segura, confiada, respetada, eso lo llevó a ponerse de pie.


Debía marcharse, debía actuar con calma, sentía la necesidad de hacerlo con ella, le dedicó una sonrisa y la ayudó a levantarse ofreciéndole su mano con un gesto galante, después le extendió el libro de vuelta, Paula negó con la cabeza.


—Es tuyo, mañana tendrás la dedicatoria… —se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla muy suave, lento, eso la hizo disfrutar de la calidez que poseía la piel de Pedro, de la suavidad y al mismo tiempo, de la singular sensación que la barba de dos días le brindaba, quiso quedarse allí, pero cuando sintió que él suspiraba se retiró con una mezcla de miedo y alegría, intentando disimular su reacción buscó su mirada—. Gracias de nuevo… me agradó mucho compartir contigo Pedro— agregó con una sonrisa tímida y aunque lo deseó no pudo escapar de sus ojos.


— Yo también disfruté mucho de este encuentro Paula, perdón por haberte molestado tan tarde… la próxima vez procuraré terminar de leer a una hora más decente —indicó con una sonrisa traviesa, se acercó a ella y depositó un beso en la mejilla de la chica.


Pedro se tomó el mismo tiempo que ella, disfrutando de esa
sensación tan placentera que nacía en su pecho y se esparcía a través de todo su cuerpo. Le encantaba tenerla así, ella era tan suave y dulce, su aroma era embriagador, exquisito y antes que sus deseos lo llevaran más lejos se obligó a alejarse, le entregó una de sus mejores sonrisas, de esas que le salían espontáneas, sin actuarlas, verdaderas.


Desear buenas noches sería algo absurdo y ambos los sabían, por ello cuando estuvieron a punto de hacerlo rompieron en una carcajada, ella asintió en silencio mientras él se encaminaba a la parte trasera del jardín que compartían, le dedicó una última sonrisa y ella no pudo evitar suspirar ante ese gesto, se dio media vuelta y antes de cerrar la puerta posó su mirada de nuevo en él, lo vio alejarse con su pijama que no era ningún pijama, recordando lo que él le había confesado, no pudo evitar reír y sonrojarse mientras se encaminaba a su habitación para intentar conciliar el sueño nuevamente.





No hay comentarios:

Publicar un comentario