Diana nunca había llorado al ver a dos personas besándose, al menos no hasta ese momento, sin darse cuenta las lágrimas colmaron sus ojos y solo cuando las sintió bajar por sus mejillas fue consciente de ello. Sentía su corazón latir emocionado y la risa burbujear dentro de su pecho, lo último que pensó al ver a Paula tan mal fue que ese arranque de su hermana tuviera un desenlace así.
Kimberly que era una romántica nata lloraba con total libertad, igual a como hiciera por cada escena de película de amor que veía y que en sus pocos años de carrera, no había tenido ocasión de ser la protagonista de un amor tan grande, al menos no hasta ese momento, pues lo que estaba a la vista no necesitaba anteojos, ese amor de Pedro y Paula tenía raíces sembradas hacía mucho tiempo.
Pedro comenzó a secar con sus labios las lágrimas que humedecían las mejillas de Paula, dejando caer suaves besos en cada espacio de ese hermoso rostro que adoraba y su corazón se llenó de júbilo cuando ella imitó su actitud besándolo igual, deslizando sus labios por su nariz, sus pómulos, subir a su frente y besarlo allí para luego regresar a su boca perdiéndose una vez más en el placer compartido.
—¿Crees que deberíamos recordarles que estamos en plena vía pública? —preguntó Kimberly mirando a Diana.
—¿Y acabar con este momento tan especial?… no lo creo —indicó ella con una hermosa sonrisa y estaba por regresar al auto—. Aunque pensándolo bien, quizás sí debamos decirles que dejen su reconciliación para otro momento o terminarán haciendo el amor junto a esas setas —agregó con picardía, sonriendo al ver a Kimberly abrir mucho los ojos.
—Sería un desastre, la policía podría llevárselos detenidos y además la caravana de la producción debe estar cerca… lo mejor será decirles que esperen a llegar a la villa —señaló usando el sentido común.
—Ok, bueno lo haré yo… ¡Hey tórtolos! Me pesa en el alma tener que interrumpirlos, pero es necesario que retomemos el viaje, créanme terminarán agradeciéndolo en cuanto estemos allá y ustedes tengan la libertad para estar solos —mencionó en un tono de voz que ellos pudieran escuchar, sin acercarse.
Pedro y Paula escucharon la voz, pero se negaban a romper el hechizo que los envolvía, sin embargo, un resquicio de cordura en ella buscó la fortaleza para hacerlo, lentamente se fue separando de Pedro llevando el beso a sutiles toques de labios.
—Debemos… Tenemos que retomar el viaje Pedro—esbozó.
—Sí, pero me falta la voluntad para separarme de ti aunque sea por un instante —expresó él acariciándole el cuello y abrió los ojos encontrándose con ese par de gemas miel que lo miraban.
—Si llegamos antes que el resto del equipo podremos escaparnos —acotó Paula con una sonrisa radiante.
—Entonces no perdamos tiempo —pronunció con una sonrisa.
Paula se estremeció ante ese tono ronco y sensual que él usó, pero mucho más ante la promesa que guardaban sus palabras, porque no solo amaba con locura a Pedro, también lo deseaba y se moría por volver a vivir ese placer perfecto que solo él podía darle.
Caminaron de regreso al auto tomados de la mano, sin dejar de sonreír y ni siquiera le prestaron atención a las miradas inquisitivas de sus dos compañeras de viaje, subieron ocupando sus lugares una vez más y de inmediato Pedro se puso en marcha.
—Ya sé que ustedes dos están en una nube… solo tengo una pregunta que hacerles —indicó Diana que no podía controlar su curiosidad, su hermana le dedicó una sonrisa y Pedro miró a través del retrovisor para instarla a continuar, ella tomó aire y mirándolos a ambos lo hizo— ¿La historia en Rendición es…? —no tuvo que seguir al ver las sonrisas que ambos esbozaban.
—Es la nuestra, con algunas variantes pero en esencia fue lo que Pedro y yo vivimos hace casi cuatro años en ese mismo lugar al cual vamos ahora —contestó Paula sintiéndose feliz de poder decirlo con libertad contrario a lo que le sucedía antes, ya no sentía vergüenza de ello.
—¡Oh, por Dios! ¡Oh, por Dios! Me encantan… es… ¡Paula Chaves! ¿Por qué no me contaste nada? —preguntó mirándola con reproche, pero no podía dejar de reír. La vio quedarse en silencio sin saber qué responder y el ambiente se hizo pesado, así que habló rápidamente—. No importa ya después hablaremos, pero de verdad me hace tan feliz… es decir, no sé cómo expresarme —agregó eufórica.
—Es maravilloso… pero ahora me siento como una intrusa —dijo Kimberly con desgano—. Tú debiste ser la Priscila real Paula.
—Yo no soy actriz Kim —esbozó ella que de pronto sintió pena por la chica y se movió en el asiento para verla de frente—. Además, estoy segura que tú serás una excelente Priscila, las dos nos encargaremos de ello —señaló extendiéndole la mano para darle un suave apretón.
Pedro la miró un instante y había tanto orgullo en su mirada que casi se sintió flotar, ella pensó que le resultaría un infierno tener que cederlo y verlo actuar junto a Kimberly, quizás sería así llegado el momento, pero contar con la certeza de que él también la amaba hacía que todo fuera menos difícil, a lo mejor era poder confiar plenamente en él y en ese sentimiento que compartían.
—Gracias, bueno… no puedo prometerte que mantendré las distancias con Pedro, porque el papel me exige lo contrario, pero te aseguro que soy una profesional y no tendrás motivos de disgusto de mi parte —mencionó mirándola a los ojos.
—Ambos somos profesionales y sabemos cómo manejarnos —esbozó él mirando de nuevo a Paula.
Ella asintió en silencio confirmándole que confiaba en los dos, pero sobre todo en él porque lo amaba, se acercó y le dio un suave beso en la mejilla para después sonreír acariciándola con la nariz, sintiendo las cosquillas que le provocaba la barba perfectamente recortada y sensual.
Pedro suspiró emocionado ante el gesto, se volvió para mirarla mostrando una gran sonrisa y como él no era de los que se paraba a pensar las cosas, solo actuaba según lo que sentía no le importó tener público, subió su mano para acariciarle la mejilla y la atrajo para besarla, un suave toque de labios que no pudo prolongar mucho por ir en una vía rápida pero que calmó sus deseos de hacerlo.
—En serio, ya dejen de hacer eso… siento que estoy en medio de la celebración de San Valentín y yo sola —esbozó Diana e hizo un puchero.
—No seas mala Di, se ven tan lindos… Aunque discutiendo no se ven mal, por el contrario es como si estuvieran a punto de prenderlo todo en llamas —comentó sonriendo y la picardía brillaba en su mirada.
Ellos no respondieron solo comenzaron a reír, compartiendo una mirada cómplice, Diana se les unió al recordar los episodios del libro donde esas peleas cargadas de tensión sexual la hicieron emocionarse, no podía creer que en serio su hermana hubiera vivido algo tan hermoso, pero cada vez se convencía más al ver lo feliz que estaba.
El resto del camino lo hicieron disfrutando de la música y los hermosos paisajes que los rodeaban, se detuvieron en una estación de servicio para estirar las piernas, recargar combustible, ir al baño y comprar algo de beber. Aunque solo le quedaba una hora de viaje, a Pedro le gustaba disfrutar del mismo y hacerlo sin prisas, pues era una de sus maneras de relajarse.
Retomaron el trayecto y cuando en la lista de reproducción salió Crazy, Diana y Kimberly no pudieron evitar preguntarle a Paula si en realidad ese episodio había ocurrido, ella lo confirmó, provocando las risas y las burlas de las dos sobre el pobre Pedro. Pero él siempre tenía una carta bajo la manga, y no era de los hombres que se dejaba vencer fácilmente, así que le recordó a la altanera escritora algo que Paula parecía haber olvidado.
—No la cantaste para mí solo esa vez… recuerdo otra ocasión donde también lo hiciste y no una, sino dos veces seguidas Paula —esbozó en ese tono que revelaba que escondía algo tras sus palabras, pero la media sonrisa y la ceja elevada mostraba una verdad excitante tras estas.
Ella lo miró recordando de inmediato a lo que él se refería y no pudo evitar estremecerse mientras sentía que la cara se le prendía en llamas y se mordió el labio controlando sus deseos de gemir. El recuerdo de ese episodio llegó tan nítido a ella que la excitó en cuestión de segundos.
Como tantas otras veces, se encontraban en el salón de la casa que Pedro ocupaba en la villa, intentando terminar un partido de ajedrez mientras la música sonaba, cuando dio inicio Crazy, ella comenzó a reír y se mordía el labio para evitarlo, pero al ver el rostro de Pedro estalló en una carcajada, así que él voló por encima de la mesa y la tomó de la cintura para tumbarla sobre el sofá sometiéndola debajo de su cuerpo.
Empezó a castigarla para hacerle pagar su burla haciéndole cosquillas, y cuando ella le pidió clemencia la sorprendió pidiéndole que se la cantara de nuevo, solo que esa vez sería para ella porque Pedro se dedicó a llevarla al borde del delirio entre besos y caricias, haciéndole el amor sin siquiera desnudarla por completo, aprovechando que llevaba una falda. Fue un encuentro de esos rápidos, certeros y excitantes que la dejaban temblando, sudando, con la respiración agitada y los latidos de su corazón retumbado en cada rincón de su cuerpo, mientras la potente voz de Steve Tyler llenaba el ambiente y los gemidos que Pedro ahogaba en su cuello la hacían sentir la mujer más poderosa y sensual del mundo.
—Ok, ya entendimos —esbozó Diana con una sonrisa.
Sus palabras llenaron el silencio que había dejado la declaración de Pedro, pues su hermana pareció sumergirse en un recuerdo y por su actitud debió ser uno extraordinario, así que dejó que esos dos vivieran su momento, compartió una mirada y una sonrisa significativa con Kimberly para después volver su vista al paisaje, dejó libre un suspiro preguntándose si algún día a ella le pasaría algo igual a lo de Paula.
Al fin el extenso paisaje que pertenecía a la familia Codazzi se presentó ante sus ojos, Pedro tomó el camino que después de tres años habían asfaltado y pudo ver cómo el rostro de Paula se iluminaba a medida que avanzaba, en el reproductor comenzó a sonar una canción que no podía ser mejor para ese momento, él dejó ver una radiante sonrisa y movió el botón del volumen para subirle.
—Bienvenida a tu paraíso Paula —esbozó mirándola.
Ella se volvió hacia él y le entregó una sonrisa de esas que nacían de lo más profundo de su pecho, de esas que mostraban una felicidad absoluta, se acercó más y apoyó su cabeza en el hombro de Pedro mientras la voz del vocalista de Coldplay cantaba Paradise.
—Gracias por traerme de regreso —susurró buscando sus ojos.
—Gracias a ti por querer hacerlo, por estar junto a mí preciosa —expresó con la mirada brillante.
—Te amo —dijo subiendo sus labios para pedirle un beso.
—Te amo —contestó él antes de besarla.
La emoción que sentían era tan grande que ponerla en palabras les resultaba complicado, pero esa sola frase resumía todo lo que querían decir y no hizo falta nada más, se separaron para que él pudiera conducir o de lo contrario terminarían saliéndose del camino.
This could be
Para-para-paradise
Para-para-paradise
Para-para-paradise
Oh, oh, oh, oh, oh, oh-oh-oh
Paula volvió a sentir toda la magia que envolvía ese lugar apenas bajó del auto, su mirada se perdió en la inmensidad del paisaje intentando abarcarlo todo y sintió su corazón latir tan emocionado, sus ojos se llenaron de lágrimas sin poder creer aún que estuviera allí de nuevo.
—¡Paula… Pedro!
La voz de Cristina llamándolos le confirmó que todo era real y la sonrisa que afloró en sus labios iluminó también sus ojos. Se volvió para mirar a la mujer que a pesar de sus años intentaba correr hasta ellos mientras sonreía emocionada, reaccionó de inmediato y acortó la distancia que les faltaba
con rapidez, amarrando en un abrazo a aquella maravillosa mujer que fue casi como una madre para ella mientras estuvo allí.
—Mi pequeña que lindo tenerte aquí de nuevo —expresó riendo—. Cuando esos hombres llegaron preguntando por el señor Codazzi pensé que venían a comprar el viñedo, jamás imaginé que era para hacer tu película… estoy tan, tan feliz Paula —agregó mirándola a los ojos.
—Yo también me siento tan emocionada Cristina, es como si fuera un sueño —dijo sonriendo y le dio un beso en la mejilla.
—Y lo mejor de esto es que estás junto a Pepe de nuevo, Dios sabe cómo hace las cosas mi pequeña, yo sabía que ese amor de ustedes no podía quedarse en el pasado, es demasiado bonito y grande. Ven, vamos a la casa para que hablemos mejor, les prepararé unos ricos canelones —la invitó con una sonrisa mientras la llevaba de la mano.
—Después dices que no tienes preferencia Cristina Canizzaro, pero apenas viste a la arrogante americana te olvidaste de mí —pronunció Pedro con una gran sonrisa por el cuadro ante sus ojos.
— Ven acá y no vayan a empezar como perros y gatos de nuevo —dijo con una sonrisa extendiéndole la mano, cuando Pedro la tomó lo atrajo hacia ella—. Qué bueno que ya no has crecido más, pero yo sí he bajado así que dóblate para darte un beso —le pidió, esperó a que lo hiciera para besarle las mejillas y después desordenarle el cabello.
Paula reía feliz ante la escena sintiendo como si el tiempo no hubiera pasado, bueno al menos regresando a esas semanas cuando ellos eran novios y Cristina siempre les jugaba bromas recordándoles cómo habían empezado, suspiró sonriéndole y caminaron hasta la casa.
A ambos les sorprendió mucho ver que se dirigían a la casa que ocupara Pedro cuando estuvieron allí y no a la casa grande, pero Cristina les explicó que la producción de la película la usaría para recrear las escenas de la película y que ellos se habían mudado hacía un par de meses a esa, por una lesión que tuvo Jacobo en una pierna y lo había dejado cojeando, por lo que le costaba mucho subir escaleras.
—Nos estamos quedando aquí porque tiene buenas habitaciones en la planta baja, es después de la casona la más grande de la villa —comentó ella invitándolos a pasar y vio a las dos chicas que habían llegado junto con ellos—. Una de ellas debe ser Diana.
—¡Oh por Dios, las olvidé por completo! —exclamó Paula volviéndose para mirarlas—. Di, Kimberly vengan.
—Este lugar es impresionante, las fotografías van a quedar… —se interrumpió sonriendo para presentarse a la mujer—. Perdón es que cuando me apasiono con algo me olvido de todo, mucho gusto, Diana Chaves —dijo extendiéndole la mano.
—Eres igual que tu hermana —acotó sonriendo y recibió la mano—. Encantada, Cristina Canizzaro.
—Su hogar es bellísimo señora Canizzaro, soy Kimberly Dawson, la actriz que trabajará con Pedro —se presentó.
—Es un placer, por favor llámeme Cristina… todo el mundo lo hace y nunca me he acostumbrado a que me digan señora, pasen por aquí que les tengo preparado un delicioso almuerzo —dijo abriendo la puerta.
De inmediato el exquisito aroma de la comida de Cristina atrapó el olfato de todos y despertó sus apetitos, el recibimiento de Jacobo fue igual de efusivo que el de su mujer, los invitó a pasar y lo primero que le entregó a Pedro al verlo fue una elegante botella negra, con una etiqueta en color pergamino que lo identificaban como Chianti Placido, su reacción fue inmediata, acarició la botella y agradeció el regalo con una sonrisa.
Paula recibió una llamada de Guillermo Reynolds preguntándole dónde se encontraban, ya que deseaba que se reunieran para almorzar en alguno de los restaurantes del camino. Pudo notar la desilusión en la voz del productor cuando le dijo que ya ellos habían llegado, y también el cambio brusco al informarle que ellos se detendrían a comer en algún sitio y no llegarían todavía, así que se instalaran según lo acordado.
Cuando ella pasó la información a sus acompañantes, todos se relajaron pues deseaban disfrutar de la comida en paz, y eso significaba tener al rubio lejos de ellos. Pedro y ella intercambiaron una mirada que prácticamente gritaba “podemos escaparnos”. No pudieron evitar sonreír ante la idea de que por fin estarían juntos como deseaban.
Pero todos sus planes se vinieron abajo cuando vieron la villa colmada de personas que preparaban el set en la casa principal, optaron por escabullirse en alguna de las habitaciones que les fueron asignadas, pero la encargada de vestuario llegó hasta ellos y abordó a Pedro.
—¿Pruebas? Eso es absurdo… no hemos empezado a grabar y además, qué de complicada puede tener la ropa que describe Paula en el libro. Comprendería si me dices que es un proyecto de época —indicó desconcertado mientras miraba a la mujer.
—Yo pienso igual Pedro, pero fueron órdenes de Guillermo, me dijo que deseaba empezar a grabar mañana a primera hora, que adelantáramos aprovechando que Kimberly y tú estaban aquí para no perder tiempo —respondió encogiéndose de hombros y después se fue.
—Voy a matar a ese miserable —dijo con los dientes apretados.
—Quizás lo haga yo antes… recuerda que tengo más fama de asesina —acotó con el ceño fruncido, se acercó para acariciarle el pecho—. Sé que es lo mínimo que provoca Pedro, pero debemos tener paciencia, no quiero que tengas un enfrentamiento con él por mi culpa.
—Pues como siga valiéndose de su autoridad para jodernos me voy a ver en la obligación de dejarle los puntos claros Paula —mencionó molesto mientras la miraba a los ojos.
—Esperemos no llegar a eso porque quiero que seas mi protagonista, y si te peleas con él, podría sacarte del proyecto e incluso demandarte —expresó preocupada.
—Eso no sucederá, intentaré contenerme —esbozó para aliviar la angustia en ella, tenía que ser inteligente y no caer en las provocaciones de Reynolds—. Pero no prometo nada Paula, solo que agotaré todas mis reservas de paciencia con ese desgraciado para no causar problemas y evitar que consiga lo que quiere —pronunció acariciándole los brazos.
—Gracias —dijo con una sonrisa y aprovechó que no había nadie para besarlo, pero no pudo prolongar el beso como quería—. Ahora ve.
—¿No vienes conmigo? —inquirió al ver que ella se quedaba allí.
—¿Quieres que vaya y mire mientras te cambias de ropa? No gracias, me niego a aceptar una tortura de esa magnitud —dijo sonriendo.
Él acortó la distancia entre ambos con dos largas zancadas y cubrió el cuello de Paula con sus manos para después apoderarse de su boca en un beso que los hizo temblar a ambos, se separaron jadeantes y él la miró a los ojos, no tuvo que esbozar palabras pues su mirada lo decía todo.
Después de eso se resignó a dejar a Paula e ir a la bendita prueba de vestuario antes que la locura y el deseo lo dominaran.
*****
El resto de la tarde se fue en organizar todo para el día siguiente, Thomas Whitman hizo una reunión para hacer las presentaciones y dejar claras las reglas por las cuales se regirían. Y aunque ya muchos estaban al tanto de la distribución de las habitaciones el tema fue tocado de nuevo, para que no quedaran dudas con respecto al mismo: Las mujeres estarían ubicadas en una de las casas, la que ocupó Paula cuando estuvo allí, los hombres de la producción se quedarían en otra, por supuesto, Pedro también, por último los técnicos y demás asistentes se quedarían en la tercera.
La casa principal se usaría para el set de interiores y la de los conserjes se mantendría fuera de las áreas que ellos tendrían permitidas, pues el propietario mencionó en el contrato que ésta era únicamente para el uso de Cristina y Jacobo.Pedro y Paula compartían miradas comprendiendo cuánto los afectaban esas decisiones, aunque el italiano estaba más que dispuesto a romper las reglas. Ellos eran adultos y eso no era un maldito internado para que estuvieran divididos de esa manera. El imbécil de Guillermo Reynolds no lo mantendría lejos de Paula.